Fue el director de orquesta español más importante de la primera mitad del siglo XX. Dirigió la Orquesta Nacional de España durante doce años y contribuyó al desarrollo de la música de cámara española durante la posguerra.
Cuando murió, a los 44 años, era reconocido por sus compañeros de profesión como uno de los músicos más importantes de Europa.
Ataúlfo Argenta (Castro Urdiales, 1913 - Los Molinos, 1958) era uno de los directores de orquesta más respetados de Europa en 1958. Dirigía la Orquesta Nacional de España y estaba a punto de trasladarse a Suiza para dirigir la Orquesta Suisse Romande, cuyo director, Ernest Ansermet, había propuesto personalmente a Argenta como su sustituto. Argenta estaba dispuesto a aceptar, cansado del aire triste de España, donde su figura resultaba incómoda. Se le acusaba de socialista y no se le perdonaban unas declaraciones en las que había afirmado que después de Falla ningún músico español había compuesto nada de interés. El 21 de enero Argenta planeó una cita con una de sus alumnas, la pianista Sylvie Mercier, en su casa de Los Molinos, en la sierra de Madrid. Argenta estaba casado, tenía cinco hijos y vocación de mujeriego. El invierno, en la montaña, es frío. Argenta y Mercer encendieron la estufa de la casa y se refugiaron en el garaje, dentro de un Austin A90 propiedad del músico, a la espera de que el fuego caldeara la casa. Dejaron el motor del coche en marcha y no tardaron en quedarse dormidos.
Argenta nació en Castro Urdiales en 1913. Su padre era el jefe de la estación de tren del pueblo. Una familia humilde, unos tiempos convulsos. En el Círculo Católico de Castro Urdiales entendieron rápidamente que el niño Argenta tenía una facilidad especial para la música. Fue un alumno precoz y brillante. Recibió clases de solfeo, de violín y piano, y ofreció sus primeros conciertos en salones repletos de pescadores, para los que siguió tocando y dirigiendo durante toda su vida, cuando regresaba al pueblo de su infancia.
En 1925 la familia se trasladó a Madrid. Argenta se matriculó en el Real Conservatorio, donde estudió bajo la supervisión del compositor Manuel Fernández Alberdi. El talento de Argenta se hizo visible en Madrid y no tardó en convertirse en el pianista más prometedor del conservatorio. La carrera del hijo del ferroviario marchaba en línea recta, sin desvíos a la vista. Entonces el ferroviario murió. Argenta era hijo único, tenía 17 años y se convirtió en la cabeza de una familia cuyo único miembro era una madre viuda.
Argenta estudiaba de día y tocaba el piano de noche en los bares. Escenas de la vida heroica del artista que lucha por su vocación. Escenas de derrota. Argenta tuvo que abandonar el conservatorio y empezó a trabajar en una oficina de los Ferrocarriles del Estado: en circunstancias más favorables han terminado carreras menos brillantes. Debería haber sido el final del músico y el comienzo del oficinista, pero la música se resistió a abandonar a Argenta. El suyo era un talento puro, espontáneo, imposible de esconder.
El conservatorio de Lieja le ofreció la posibilidad de continuar sus estudios en Bélgica. Argenta dejó España y se puso a las órdenes del maestro Armand Marsick, que terminó de pulir el diamante. El contacto con los músicos del continente asentó de manera definitiva su vocación. Descubrió a compositores entonces controvertidos -Mahler, Bartok...- a los que años más tarde, programó en España contra la opinión de una escena musical infectada de conservadurismo.
El regreso a España es la guerra. El golpe del 18 de julio sorprendió a Ataúlfo Argenta en Galicia. Intentó trasladarse a Madrid pero se vio obligado a hacer escala en Segovia. Allí sobrevivió dando clases. Entre sus alumnas se encontraba Ana Arambarri, que más tarde publicaría una extensa biografía del músico. En Segovia fue movilizado a la fuerza por el bando nacional. Lo destinaron al Batallón de Transmisiones. Su actuación en la guerra fue contradictoria. Los mandos a los que servía lo acusaron de espía y estuvo a punto de ser fusilado. Más tarde, durante el franquismo, se le colgaría una y otra vez la etiqueta de republicano. Es probable que a Argenta solo le interesara la música y que viera la política como un cuerpo extraño que obstaculizaba su carrera. El régimen toleró su talento pero nunca lo vio como un aliado.
Después de la guerra Argenta sobrevivió en Madrid tocando en orquestas menores. Para entonces ya se había casado con Juana Pallarés, a la que quiso a la manera de los hombres infieles, con pasión y debilidad, mentiras y arrojo. La carrera de Argenta no fue un camino recto, fue una lucha de talento contra una realidad negadora. Con 28 años, en 1941 obtuvo una beca para estudiar en el conservatorio de Kassel. Otro país y otra guerra. En Kassel, bajo la supervisión de Carl Schuricht, perfiló su destino como director de orquesta. Alemania enloquecía y Argenta tocaba el piano. Conciertos y bombardeos. Llegó a ser profesor y catedrático del conservatorio que lo acogió durante dos años, hasta 1943, cuando regresó a España.
Creó la Orquesta de Radio Nacional, que utilizó para aprender el oficio de director con conciertos diarios. La orquesta se disolvió pocos meses después, cuando Argenta se negó a colaborar con el régimen, que exigía la depuración de los músicos que habían perdido la guerra. A Argenta se le acusaba, por entonces, de silbar el himno de Riego mientras dirigía.
En 1940 se fundó la Orquesta Nacional de España. Su primer director titular fue Bartolomé Pérez Casas. En 1947, para integrar a Argenta en la organización, se creó un segundo puesto de director titular. Durante su primer año a los mandos Argenta ofreció más de 100 conciertos. En 1948 dirigió como invitado la Orquesta Sinfónica de Londres. Quienes lo vieron trabajar destacaban su carisma, que seducía a los músicos y al público, y su valentía para afrontar todo tipo de repertorios. Cuando ocupó de manera temporal el puesto de director invitado en la Orquesta Nacional de Francia programó a músicos represaliados en España, como Salvador Bacarisse, miembro del Partido Comunista.
Sentía predilección por Manuel de Falla y consideraba a Joaquín Rodrigo un compositor sobrevalorado. "Reunía el potencial arquetípico del director perfecto para muchos", aseguró su biógrafa, Ana Arambarri, en una entrevista en el diario El País. Argenta tenía el aire de una estrella de Hollywood y una facilidad para la dirección musical nunca antes vista en España. Citando de nuevo a Arambarri: "Lo que le definía era su pasión y su independencia". Los directores más célebres del momento -Herbert von Karajan, Carlo Maria Giulini, Sergiu Celebidache- seguían su carrera con admiración.
Se cree que fueron las secuelas de una tuberculosis reciente las que condenaron a Argenta la noche del 21 de enero, cuando el monóxido de carbono producido por la combustión del motor llenó el garaje de la casa de Los Molinos. Sylvie Mercier, que entonces tenía 23 años, consiguió sobrevivir al desastre. Regresó a Francia, se retiró de la música y no volvió a recordar aquella noche hasta muchos años después. La muerte de Argenta, consecuencia indirecta de una infidelidad, se convirtió en un tabú en la España de Franco. La figura del director cántabro, controvertida en vida, se volvió más turbia. Su esposa luchó durante años para obtener la pensión que le correspondía como viuda del director de la Orquesta Nacional. Nunca la obtuvo. La familia consiguió sobrevivir gracias a los derechos generados por los cerca de cincuenta discos de zarzuelas que Argenta dejó grabados. La Orquesta Romande Suisse, que perdió de manera abrupta a quien iba a ser su nuevo director, ofreció una beca de estudios a uno de sus hijos, Fernando, que también fue músico y destacó como divulgador en diversos programas de Radio Nacional y Televisión Española. Ataúlfo Argenta tenía 44 años en el momento de su muerte. La música española tardó décadas en recuperarse.
Noticia extraída de http://www.eldiario.es/